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viernes, 11 de abril de 2025

Rumbo al fondeadero eterno



Prensa Única RD

Por: Homero Luis Lajara Solá 
 
En la vasta travesía de la existencia, llega un momento en que seres amados —uno o más— reciben la orden de zarpe hacia un destino que trasciende nuestra comprensión. 
 
Se desprenden de nuestra escuadra con la nobleza de quienes han cumplido su deber, llevados por una corriente superior, silenciosa e inevitable.
 
A quienes quedan a bordo, con el alma golpeada por la pérdida, les decimos con respeto naval y profundo afecto: hay singladuras que no dependen del timonel humano, sino del Supremo Comandante del universo, que llama a sus elegidos al fondeadero eterno de la paz.
 
En esa última travesía, la barca de Caronte no conduce al olvido, sino a un cielo más alto y luminoso que el que alcanzamos a ver desde nuestras cubiertas. 
 
Allí, donde las aguas son serenas y el tiempo no impone despedidas, sus almas fondean en la bahía celestial, bajo la luz perpetua de la eternidad.
 
Pero la navegación de la vida continúa. Esa es ahora nuestra misión: seguir navegando, como ellos hubieran querido, firmes en nuestro rumbo, con la frente en alto, con el alma avante. 
 
Porque honrar a quienes partieron es no dejar la nave a la deriva, sino mantenernos en el timón, haciendo de cada día una victoria sobre el dolor.
 
Que el recuerdo de los que se han ido sea ancla de amor. Que la fe sea brújula en el duelo. 
 
Y que la esperanza sea el viento que nos impulsa hacia adelante, hasta que llegue también para nosotros la hora del zarpe final.
 
Paz eterna a los que zarparon. Fortaleza a los que quedan.
 
El mar es tránsito. La eternidad, fondeadero. Y la vida, una misión que no se detiene: ¡siempre adelante!

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