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martes, 18 de noviembre de 2025

Interpretación y reflexión profesional sobre ascensos, designaciones y continuidad institucional


Por:  Homero Luis Lajara Solá 

Me permito compartir una reflexión que nace del pensamiento de muchos oficiales superiores formados en la fragua del cuartel y en la cubierta de los buques, donde se templa el verdadero carácter naval. 

El momento institucional exige mirar con serenidad hacia el relevo: ¿ A quién se entregará la Armada cuando almirantes como Lee Ballester, Crisóstomo y otros valiosos oficiales culminen su ciclo de servicio? 
Esa pregunta no es menor; definir el futuro de la institución y su capacidad operativa. 

Los ascensos y designaciones deben recaer —como manda la Ley Orgánica— en aquellos oficiales que cumplen  con  el perfil, la capacitación, la antigüedad y, sobre todo, cuando existe la plaza vacante producto del honroso retiro de quienes ya cumplieron con su deber y no ocupan posiciones sensibles. Solo así se sostiene el equilibrio institucional.

Lo expreso sin prejuicio y con total sinceridad: si el relevo recae en personas ajenas al rigor de nuestra profesión, corremos el riesgo de ver reducida la Armada a una flota sin carácter, casi pesquera, alejada de su misión estratégica y del prestigio que tanto ha costado construir. 

Tampoco creo —y lo digo con humildad— que para aportar hay que ser almirante. 

Pero sí creo que quienes asuman el mando deben representar la trayectoria, la doctrina, la ética y el ejemplo que sustenta nuestra identidad naval. 

La realidad es clara: la fuga de talentos se aproxima si no se reserva una cuota legítima para el mérito, la preparación y la virtud. 

La institución no puede depender de visitas políticas, de filtraciones de información ni de campañas personales para ocupar cargos. 

El futuro se asegura de otra manera:
incentivando la formación, premiando el buen desempeño, respetando la carrera y fortaleciendo el sentido de pertenencia de cada oficial. 

Esa es la ruta segura para que la Armada siga siendo lo que debe ser sostenida en el mérito y el honor. La cadena no se puede volver a romper y la Armada debe seguir siendo “una profesión honorable”.

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